martes, 5 de agosto de 2014

El crimen organizado





Por Rafael Peralta Romero






rafaelperaltar@gmail.com








El discurso contra el crimen ha tomado un giro lamentable. La
declaración del  jefe de la Policía
Nacional, Manuel Castro Castillo,  acerca
de la superioridad del crimen organizado con respecto de las autoridades, se
torna necesariamente en un elemento perturbador. Es la forma de admitir algo
que se ve: estamos en manos del enemigo.





El abogado José Jordi Veras, sobreviviente de un atentado
criminal, ha dicho que aunque los autores del hecho estén condenados y en
prisión no se siente seguro. Fue desde una cárcel de Santiago que el sujeto
diabólico que quiso eliminar al hijo del doctor Negro Veras perpetró   sus
gestiones  macabras.





Francisco Domínguez Brito, procurador general de la
República, reveló la tenebrosa estadística según la cual 576 personas fueron
asesinadas con armas de fuego durante la primera mitad de 2014. ¿Será,  como dice Castro Catillo,  que esto ocurre por falta de visión, diseño
de estrategia y estructura especializada?


El control, si no erradicación, de la criminalidad es una
necesidad urgente que bien cabe en el  capítulo
“corregir lo que está mal”, proclamado y prometido por  el presidente Danilo Medina durante la
campaña electoral.  El creciente  desarrollo 
del crimen como oficio entra en lo que está mal y tiene en zozobra la
conciencia nacional.





Siempre  habrá
homicidios, siempre habrá riñas. De vez en cuando un hombre de bien se
indignará y se verá precisado a incurrir en una acción impropia de su perfil.
Ese  hombre mata a alguien en defensa
propia o de su familia, por la preservación de su patrimonio o por la
salvaguarda de su honor. Y por las libertades públicas también.





El  sujeto
involucrado  con el  crimen organizado mata por la espalda a una  persona porque por ello recibirá una paga. El
matón contratado no da la cara ni se enfrenta a nadie de igual a igual. El de
sicario es, sin duda, el quehacer más degradante  en que puede incurrir un individuo. Ni
siquiera la venta de sexo le es comparable.





Quien mata por paga, como quien manda a matar, son espíritus
dañados que a lo sumo podrían ser útiles para las prácticas de los estudiantes
de medicina en las universidades.  




Según
el caso,  los  ejercicios de aprendizaje  pueden ser en psiquiatría,  pero más provechoso será usarlos  en anatomía descriptiva.




Hay que  persistir en
el propósito de cambiar esta situación. Y cuando se modifique el Código
Procesal, igualar las penas  del que manda
a matar con las del  ejecutante. Vale
parafrasear los versos de sor Juana Inés: “Cuál es más de culpar / aunque
cualquiera mal haga/ el que
mata por
la paga / o el que paga por
matar”.

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